“Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios” (He 11:5).
Por esta razón, y sobre todo porque fue arrebatado, podemos tomar a Enoc como una imagen profética para la iglesia de Jesucristo. También ella será arrebatada en un momento para estar con Cristo en las moradas celestiales.
Después de este acontecimiento, aquí en la tierra tomará su curso una evolución vertiginosa, hasta llegar a la mayor revelación de pecado jamás vivida, es decir, la aparición del “anarquista” o “hijo de la perdición”, el “Anticristo”.
La gente no se arrepentirá, a pesar de que millones de cristianos habrán desaparecido de manera extraña. Aquí vemos un paralelo con la historia de Génesis 5 y 6. A pesar del conmovedor arrebatamiento de Enoc, nada indicaba que la gente había mejorado o que se habían acercado siquiera un poco a Dios. Por el contrario, su maldad había traspasado los límites de tal manera que Dios mismo tuvo que intervenir.
La misma situación que procedió al arrebatamiento de Enoc se dará también en el tiempo después del arrebatamiento de los cristianos.
Tremendos juicios caerán sobre los habitantes de esta Tierra. En Génesis, fue el Diluvio lo que aniquiló a la humanidad de aquel tiempo. En Apocalipsis encontramos los terribles juicios de los sellos, las trompetas y las copas de la ira de Dios.
Todo esto terminará en el juicio final sobre las naciones que Enoc mismo ya había predicho (Judas 14). Con eso se cumplió lo que el Apóstol Pablo escribió: “…esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera” (1 Ts 1:10).
El término “ira” y términos similares se refieren siempre al “día del Señor”, es decir, a un tiempo que contiene los juicios apocalípticos. No deben ser confundidos con la condenación eterna. En otras palabras: el arrebatamiento acontece antes de la tribulación, del mismo modo que Enoc fue arrebatado antes del juicio del Diluvio.
Enoc es una imagen de la iglesia, y también de la vida de cada cristiano nacido de nuevo. Es un ejemplo para mi vida y también para la suya. Por esa razón, deberían encontrarse en nosotros las características que se veían en Enoc.
Él era un hombre que andaba con Dios, con todo lo que eso significa. Vivía en santidad, era perseverante, guiado por Dios, se destacaba por su fe, tenía un testimonio impecable, era humilde, servía a Dios al predicar el mensaje que le fue encomendado, y fue arrebatado.
¿No quiere usted seguir el maravilloso ejemplo de este hombre? Que pronto se puedan cumplir las palabras acerca de la Jerusalén celestial, nuestra morada futura: “…el Cordero es su lumbrera. Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella…” (Ap 21:23-24).
¡Pronto andaremos junto a nuestro Señor en las calles de oro! Ahora aún andamos por fe, pero muy pronto de la fe pasaremos al ver, ¡y entonces lo veremos a Él cara a cara!
¡Jesucristo viene! “El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Ap 22:20).
Esteban Beitze
Misionero y predicador